martes, enero 04, 2005

Investigación / Medios de comunicación y humanismo

Hemos recogido este trabajo, que me permito publicar, para ampliar aún más el espectro de la comunicación y la sociedad en general.

Hablar hoy de comunicación es hablar de poder. Es hablar de tecnología de punta que dota a quien la opera de una herramienta de valor inconmensurable y que sigue creciendo, porque actualmente las comunicaciones son el elemento esencial para el desarrollo.Y cuando hablamos de medios de comunicación de masas, estamos hablando, además, de política. De la forma en que aquellos que manejan el poder van marcando la manera de estructurar la sociedad. En la actualidad, como nunca en el pasado, son los medios de comunicación los que modelan conductas, modas, usos, costumbres. Van abriendo senderos estéticos que luego desembocarán en la ética.
En lo cotidiano, son responsables de crear nuevos primeros ministros, de elegir nuevos presidentes, de levantar imágenes o destruir dignidades. Los talk show han reemplazado al contacto directo de los candidatos con los electores. Las reuniones masivas han dejado de ser relevantes. Las campañas político-electorales ya no responden a la capacidad de convocatoria de los partidos políticos. Éstos ya ni siquiera cumplen eficientemente el papel de mecanismos de participación
Analistas como Sartori, Eco o John Ralston Saul, entre otros, advierten acerca de este nuevo polo de poder que se acrecienta en una sociedad que se ha expandido hacia todos los confines del planeta y que, a la vez, ha encogido dramáticamente sus referentes tradicionales. Se ha quedado sin los marcos morales que la acompañaron durante los últimos 200 años.
Estos comunicólogos y pensadores sociales hacen notar que la sociedad actual se encuentra más permeable, más expuesta. Y de allí que los medios de comunicación se hayan transformado en el referente político, educacional y moral de esta civilización que, nacida en Occidente, irradia hacia todo el orbe.
Se trata de una realidad que surge en un momento en que muchas de las respuestas conocidas han dejado de tener validez. Las instituciones se encuentran bajo cuestionamiento ciudadano y los mecanismos de participación o son inexistentes o exhiben una total inoperancia. De allí que el sistema democrático soporte presiones adicionales.Pero no es sólo el ser humano medio el que está sumergido en una búsqueda enfebrecida. La ciencia, aquel baluarte que guió a la civilización occidental con los aportes de Newton y tantos otros, y que el pensamiento cartesiano le dio sustento al socializarlo como una manera de pensar, de ver el mundo, también ha comenzado a quedarse sin certezas.
Hoy es, además, la Física, la sólida Física, la que resbala en la duda. La que se ve obligada a aceptar la probabilidad y el azar como leyes de la naturaleza. Es el aporte que ha entregado la mecánica cuántica. Y es lo que ha hecho que Prigogine se pregunte por qué demoramos más de cien años en aceptar conocimientos que ya en el siglo XIX dejaban en claro que las concepciones de la Física no podían ser inmutables ni únicas. Y él mismo se responde que si el ser humano alimentó la esperanza de alcanzar la verdad mediante el establecimiento de leyes inconmovibles y válidas en todo el universo, fue por su deseo de asemejarse a Dios. En tal estado de soberbia hemos sobrevivido desde la época presocrática. Son alrededor de dos mil quinientos años que llegan a su fin.
Ahora la mirada del ser humano comienza a otear otros horizontes. Algunos ya empiezan a sospechar que ciertos problemas esenciales tienen soluciones endógenas. Y que posiblemente al encontrarlas, su entendimiento con el medio, con sus pares, mejorará de manera ostensible. La mirada se va haciendo más amplia. Vientos holísticos soplan sobre nuestra civilización. La búsqueda se extiende hacia el Oriente y a culturas antiguas que estuvieron antes que nosotros hollando estos mismos suelos. Que respiraron un aire más puro, pero flanqueadas por las mismas serranías y montañas majestuosas, mientras levantaban ciclópeas construcciones que dejaron como legado sorprendente.
Permítanme una digresión en este punto. En el pasado están las huellas del futuro. Y siempre es aleccionador mirar hacia él para comprender en qué etapa de la inquietante aventura humana nos encontramos. Para un comunicador es un reto estimulante. El conocimiento marca la evolución de la Humanidad. Y en este transcurrir, resulta evidente que la búsqueda de desarrollo económico y crecimiento espiritual, a menudo han sido objetivos contrapuestos o al menos lejanos.
La historia reciente y los vestigios de civilizaciones ya desaparecidas señalan que el conocimiento sigue incontables caminos. Tantos como los desafíos que la mente humana se plantea para develar los misterios de su verdadero ser. Cuando fijamos el análisis en el Egipto Antiguo o en la América Central con la avanzada civilización maya, a las preguntas sobre su extraordinario bagaje de sabiduría, se une la perplejidad ante su final. En ellas tenemos la manifestación del curso que sigue todo organismo vivo: nacimiento, desarrollo y muerte. Sin embargo, desconocemos cuales fueron las razones que aceleraron o determinaron la conclusión de aquellos procesos.
Sabemos, sí, que el manejo del conocimiento que ellos hicieron estuvo enmarcado por una cosmovisión deísta. Su estructura política fue lo que hoy llamaríamos, seguramente, teocracia. Cuando esa cosmovisión bajaba hacia la organización social, el conocimiento se hallaba encerrado entre límites que imponía el grupo que manejaba el poder. Y lo hacía así por considerar que era la mejor manera de conservar su condición hegemónica o, posiblemente, también por la convicción de que la sabiduría que poseían les había sido legada precisamente con esa condición. Tal vez era la manera que estimaban más adecuada de fortalecer su relación con los dioses. Y eso significaba una opción clara por el desarrollo espiritual. Por el estímulo de un entendimiento de la vida marcado muy sensiblemente por lo que en la actualidad denominaríamos crecimiento personal, y que para ellos era sólo una manera de ser natural e indispensable. He aquí una diferencia sustancial con los objetivos que ha abrazado la civilización occidental. Aquella definición privilegiaba la trascendencia frente a lo inmediato, a lo material. Y, por esa vía, era la reafirmación de la pertenencia a un todo que en buena parte escapaba a la percepción de los sentidos.
Al asentarse en esa piedra angular, aquellas civilizaciones antiguas siguieron un camino en que la espiritualidad y rígidas normas morales señalaban los objetivos a alcanzar. Si bien las apetencias materiales jugaban un rol en la vida de cada individuo, tenían una connotación secundaria. El primer lugar era ocupado por la proyección hacia lo trascendente, hacia la parte que conectaba al ser humano con el universo.
Pero sin importar la variable que estimulara a los dirigentes de las antiguas civilizaciones, una realidad resulta indiscutible: el conocimiento les otorgaba el poder para dirigir la sociedad.
Este conocimiento encerrado, entregado al manejo de iniciados, era el que permitía el desarrollo social, el avance de la civilización hacia objetivos precisos que hoy pueden parecer extraños. El hecho de que el campeón, el héroe del juego de pelota entre los mayas, tuviera a la muerte como galardón máximo, como reconocimiento supremo al esfuerzo de toda una vida dedicada a la perfección física y al manejo de su cuerpo, es sólo una reafirmación de que la búsqueda del ser humano sigue derroteros insondables.
Cuando civilizaciones como ésta enfrentaban las demandas de un crecimiento poblacional, producto del éxito de la acertada conducción de sus líderes, sólo contaban con la colaboración de un grupo restringido de expertos. Si los éxitos continuaban, las demandas se multiplicaban. Al cabo de un tiempo, los pocos especialistas tal vez ya no estaban en condiciones de responder a la demanda creciente. Y la estructura religiosa, política y social, impedía adoptar medidas para masificar el conocimiento y así responder al incremento de las exigencias que, con seguridad, estaban ya sólo al nivel de subsistencia.
Aquel conocimiento que no se masificó ya no servía para enfrentar los requerimientos de la sociedad. Es posible que surgiera la rebelión popular que terminó con esas civilizaciones esplendorosas. Quizás allí esté el sino de su decadencia. En ella habría incidido de manera determinante la decisión de comunicar o no el conocimiento. De socializarlo o mantenerlo en el cenáculo al que tenían ingreso nada más que los iniciados.
Si saltamos al presente, nos encontramos con una civilización firmemente asentada sobre seis mil millones de seres humanos. Con un conocimiento abierto e impartido en instituciones abiertas, que forman lo que en el lejano pasado serían artistas y artesanos. En estas instituciones abiertas los maestros lo son no por su condición de iniciados, sino por un compromiso con el saber que los orienta hacia la pedagogía, ya sea por convicción o por razones de interés pecuniario.
Y en la estructura política, el manejo del conocimiento ya no se da sobre la base de la sabiduría oculta o de la lealtad a la revelación, sino por la capacidad de masificarlo. El poder sigue residiendo en el conocimiento, pero su incremento se ubica en el logro de nuevos avances. De conocer más allá, de buscar otros horizontes. De encontrar nuevas respuestas a viejos misterios. Y, en la mayoría de los casos, en alcanzar por esa vía utilidades económicas.
Aquí también la decisión de comunicar juega un papel trascendental. Y cabe preguntarse: ¿Cómo cumplirá su proceso nuestra civilización? Hasta ahora, su orientación no ha estado signada, con la excepción de los primeros tiempos y tal vez por un resabio del pasado, por la trascendencia.
Hoy, el paradigma científico es el que pone su acento en la cosmovisión de nuestra civilización. Esa es una primera diferencia esencial con el pasado remoto. Como lo es también la decisión de socializar el conocimiento.Las bases científicas han planteado un escenario en que la razón se afianza en la experimentación. Desde la perspectiva racional constituye un extraordinario avance, porque permite una actitud más integradora de conocimiento. Pero está lejos de visualizar el fin del camino o tan siquiera si éste es sólo uno. Es el método científico el que siempre está abriendo nuevas posibilidades. Y es por ello el que reconoce hoy que las certezas se han derrumbado.
Tal como la Física con la mecánica cuántica, la Biología está siendo remecida por los avances de la bioquímica, la microbiología y la ingeniería genética. Y en la misma medida, la teoría de la evolución darwiniana comienza a ceder espacio al no ser capaz de explicar, por ejemplo, la existencia de sistemas irreductiblemente complejos, como la visión o el de la coagulación de la sangre. El terreno que compartió sólo con la teoría creacionista, ahora también le es disputado por la teoría intervencionista.
Después de mucho tiempo, entre algunos científicos comienza a abrirse espacio tímidamente una visión más amplia. Más proclive a aceptar que la comprobación científica no es el único camino para reconocer la realidad. Es un buen método para comprobar determinados procesos. Pero el desafío de la realidad es mucho más complejo. Supera la capacidad de nuestros sentidos, de nuestra razón y, por ende, de la tecnología con que contamos o podemos contar en el futuro.
En el ámbito de las ciencias sociales, las urgencias son igualmente significativas. Las estructuras tradicionales de la civilización se encuentran en entredicho. El cuestionamiento proviene del ciudadano que no se siente protegido, interpretado, incluido. Que se pregunta dónde ha quedado la felicidad, qué pasó con la moral. La democracia representativa ya no satisface. Se pide democracia directa. Y mirando hacia el futuro ve con inquietud los desafíos y peligros que traen consigo las megaciudades.
El de hoy es un mundo que muta con extraordinaria celeridad. Las ideologías que fueron sustento de estructuras sociales en el pasado reciente, hoy se encuentran cuestionadas. Valores, e incluso principios, son avasallados por un sistema que se ha afincado en todo el planeta y que entrega mensajes acuciantes. Una competitividad extrema es la amenaza en el camino que lleva al éxito. Un éxito que tiene un solo signo: el material. Aunque en una convivencia extraña, en este mundo marcado tan profundamente por la acción materialista, los fundamentalismos religiosos muestran atisbos de resurgimiento. Los nacionalismos parecen ser una rémora ante la globalización, pero están allí y generan nuevos conflictos que terminan en guerras fratricidas. Y esa es la mejor demostración de cuán lejos estamos del campeón maya de juego de pelota.
Es precisamente esta diferencia tan abrupta la que estimula a volver la atención hacia esas culturas. Hacia conocimientos milenarios para buscar en ellos, con un dejo de nostalgia, la estabilidad perdida. Crece el interés por lo esotérico, por lo alternativo. Se incrementa, también, una especie de fundamentalismo que lleva a mirar sólo hacia atrás. A olvidar lo que ha ocurrido con nuestra civilización, gracias a la cual seis mil millones de personas aún disfrutamos de los amaneceres en la faz de la Tierra, aunque muchos miles de millones tengan también que padecer atardeceres en medio de la miseria.
Con seguridad, el pensamiento que marcará a la posmodernidad será más holístico. Tomará del pasado -de todo el pasado- y del presente, lo mejor. Lo que sea más conveniente a la raza humana. Pero comprendiendo que humanidad y naturaleza son conjugaciones de un mismo verbo.
Con mayor fuerza, esa será la mirada del humanismo del futuro. Ese humanismo que comenzara con el racionalismo y que hoy, para poder guardar identidad entre tanto humanismo con apellido, ha tenido que asumir el de humanismo laico.Ese humanismo libertario, pluralista, aceptador de la diversidad, de actitud generosa ante las urgencias de los humildes, es el que tendrá que ondear nuevas banderas. Adentrarse profundamente en una revisión de la realidad a que nos ha acostumbrado el pensamiento cartesiano. Y eso significa comenzar a caminar hacia la aceptación de un racionalismo no excluyente. Que acepte que el mejor homenaje que puede hacerse a la razón es asumir sus limitaciones. Que la mayor coherencia es retornar a la visión unitaria. A la recuperación del sentido único del continuo de la vida.
Eso significa alejarse de la soberbia de querer dominar a la naturaleza. De querer servirse de ella y agotarla en beneficio de una sola especie, como si eso fuera posible sin agotarse a sí misma. Sin terminar con su propia existencia.Y este humanismo laico será el dique más poderoso contra las oleadas fundamentalistas que ya golpean con dureza. También se transformará en un aporte constante en la búsqueda de nuevas respuestas valóricas que devuelvan al ser humano la confianza. Que le entregue esperanzas y lo haga pensar en que la felicidad es posible, y soñar con ella, un sueño justo.
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Los medios de comunicación. En España como en Italia, un adulto de cada dos no lee ni siquiera un libro al año. En Estados Unidos, entre 1970 y 1993, los diarios perdieron casi una cuarta parte de sus lectores. La experiencia chilena en este sentido es aún más dramática, tal vez sólo compensada, en parte, por la aparición de diarios que se regalan. Pero el fenómeno es aún muy reciente como para saber si señalará tendencias hacia la reversión de una realidad que se percibe grave.
En 1994, la sesión televisiva en los Estados Unidos había subido a siete horas diarias. Si esto se suma a las horas de trabajo, queda tiempo nada más que para dormir.En 1999, de cada mil chilenos, 800 escuchaban radio en el día, y era el medio al que se le daba una mayor credibilidad. Un número similar veía televisión y sólo 20 de cada mil tenían acceso a Internet.
Pero no basta con constatar la fiabilidad de la radio, la capacidad de atracción de la televisión o la escasa cobertura de los diarios, aunque ésta pueda compensarse por la calidad de líderes de opinión de quienes los leen. Hay que ver cuál es su mensaje. La realidad externa nos muestra que Murdoch o Berlusconi manejan imperios mediáticos que no entregan sólo dividendos económicos. Berlusconi alcanzó poder político en Italia, sin contar con un partido sólido detrás suyo. Fue suficiente con la función de los medios. Cuando se aborda este tema, es difícil no coincidir con Sartori, quien señala que Murdoch y Berlusconi tienen como objetivo final el dinero, y su interés cultural o cívico a través de los medios, es nulo. Lo irónico de esta situación es que ambos magnates, dice Sartori, se venden como "demócratas" que ofrecen al público lo que el público quiere. En cambio, para ellos la televisión estatal es elitista, porque ofrece al público la televisión que debería querer. No mencionan, por cierto, que las apetencias del público han sido creadas y estimuladas por la propia banalidad e inmediatez de una televisión apabullante.
En materia política, esta experiencia se repite en otras latitudes. Los talk show imponen sus condiciones a los aspirantes a cargos de representación popular. Ante sus dictados deben someterse desde el look del candidato, hasta el contenido de su mensaje. Y esto constituye para Eco y otros analistas una amenaza abierta a la democracia.
La televisión es el medio de mayor atracción, pero también es el que menor información entrega. Y, de paso, su aporte en formación es difuso, si no se trata de imponer modas, usos y costumbres que puedan desembocar en acciones consumistas.Quedó definitivamente atrás la época en que la comunicación política se producía cara a cara. Esto, aparte de parecer un cambio que tiene que ver con el tecnologizado tiempo en que vivimos, nos lleva a pensar también en un marcado cambio en los contenidos de los medios de comunicación. Los diarios, radios y revistas han superficializado su información tratando de competir con la influyente imagen que produce la TV. Todo lo cual sumado a la disminución de momentos disponibles para la lectura, ha acelerado el tiempo. Para responder a tal desafío, la radio obliga a una locución acelerada en extremo y los diarios explotan el poder de síntesis de sus reporteros hasta límites que atentan contra la compresión y, de todas maneras, contra el nivel cultural de sus lectores.
La aparición de medios electrónicos de comunicación masivos, como la Internet, ha abierto nuevos campos. Pese a que en las naciones en desarrollo su incidencia todavía es menor, sin duda representa un imán a cuya atracción es difícil sustraerse. Y en la medida que se la adopta, una nueva sensación de integración parece invadir al ciudadano globalizado. Una sensación que lo lleva a pensar que los lazos con sus pares se han incrementado y cimentado sobre bases sólidas. Sin embargo, nada demuestra que el contacto electrónico -imagen incluida- pueda reemplazar al contacto directo entre seres humanos. Y esto último se ha transformado en una práctica que puede llevarse a cabo preferentemente en los sitios de trabajo, eliminando con ello la posibilidad de que una gama muy amplia de personas comparta anhelos, dificultades, temores y esperanzas. El aislamiento del ser humano se ha incrementado, a pesar de que la tecnología informática pareciera eliminar las distancias.
De todas maneras, sin duda el avance de la tecnología y especialmente de la informática aplicada a las comunicaciones, ha logrado cambiar las normas que guiaban el intercambio. Y en el plano de la comunicación de masas, la Internet ha venido para quedarse. Seguramente su modelo actual deberá soportar un cúmulo de medidas represivas que cercenarán la libertad con que nació como signo distintivo. Pero estará allí. Quizás se transforme en un emblema libertario que, sin embargo, siempre tendrá la impronta engañosa de lo virtual. Será un símbolo que jamás podrá escapar a la realidad del cíber espacio.
Mediciones realizadas en naciones desarrolladas y en algunos países de América Latina muestran una situación curiosa. A medida que la globalización se impone, los medios de comunicación se transforman en cada vez más locales. Responsabilidad del público, sostienen los medios. Olvidan a propósito que son ellos quienes han cultivado a la nueva generación de telespectadores. "La necedad de los públicos educados por la televisión - afirma Sartori- queda bien ejemplificada con el caso de Estados Unidos, donde la transmisión de la caída del muro de Berlín, en 1989, fue un fracaso televisivo. El índice de audiencia del acontecimiento, mientras se ofrecía en directo por la cadena ABC, con dos importantes comentaristas en cámara, fue el más bajo entre todos los programas de esa franja horaria". Hasta allí la cita de Sartori. Y yo me permito recordar que este acontecimiento es tal vez uno de los más relevantes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Pareciera que existe un divorcio en la realidad que estamos viviendo. La ciencia reconoce su incertidumbre y comienza a aceptar que la realidad puede ir más allá de los límites que proponen sus sistemas de experimentación. Esto significará, posiblemente, encaminarse hacia el encuentro con su matriz. Una mirada distinta sobre la Filosofía, que aparece nuevamente como la reserva para enfrentar un futuro desconocido que recién empieza a sospecharse. Algunos anuncian el fin del arte, entendiendo por ello una actitud que sobrepasa los moldes establecidos y crea una instancia mucho más integradora. En que el artista recurre a todos los elementos disponibles, rebasa todos los estilos y muestra su realidad sin tapujos. Con ello, nuevamente los creadores se ponen en la vanguardia social, que apunta hacia la aceptación, hacia la amplitud, hacia la apertura frente a la diversidad. Y, una vez más, pueden resultar premonitores.
Otros han hablado del fin de la historia, revelando una visión que proviene de ojos de primer mundo, que sólo pretende exaltar lo que considera el triunfo del capitalismo a escala global. Una visión que ignora la realidad de la mayor parte de la humanidad. Y, por cierto, de los miles de millones de seres humanos que viven en las naciones pobres. Aquellos para las cuales el capitalismo tendrá que reescribirse, so pena de transformarse en germen de desequilibrios que podrían señalar la decadencia definitiva de la civilización.En nuestro escenario, el ciudadano común se encuentra sometido a un entorno en que la competitividad del sistema lo agobia. En que la calidad de su vida se ve desmejorada por la polución y las tensiones, mientras, paralelamente, la ciencia le permite ampliar sus expectativas de vida. Ante tal panorama, busca respuestas que reflejen una mayor cuota de humanidad al mirarse en el espejo de su alma. En la medida en que las encuentre, seguramente se verá obligado a tejer nuevas urdimbres para avanzar como sociedad.
En esta tarea deberían colaborar en forma determinante los medios de comunicación. Sin embargo, su función está alejada del objetivo esencial de ser puente entre el conocimiento y el ser humano. Hoy son instrumentos de poder para acumular mayor poder. Se han alejado de la misión que les entregara su razón de ser: convertirse en instrumentos al servicio del interés general. Esta contradicción, que se detecta abrumadoramente en nuestro país, no es nueva. Nació como tendencia en el momento mismo de la masificación de los medios. Pero en aquella época y hasta el pasado reciente, existía cierto contrapeso gracias a utopías contrapuestas y al poder de instituciones ahora cuestionadas, como los partidos políticos, entidades gremiales, organizaciones sindicales, compromiso social del Estado, etc.
Las voces de alarma provienen no sólo desde los especialistas en comunicación. También lanzan sus advertencias los políticos y quienes aún se desvelan por conocer y propalar el contenido de los intersticios de la ética. Todos coinciden en que es la democracia -el modo de convivencia que cuenta con mayor aceptación a nivel planetario- la que está amenazada. Y la asechanza proviene tanto del poder con que han sido revestidos los medios, como de la debilidad de los ciudadanos.
El poder descomunal de los medios es un peligro. Pero también lo es, y aún mayor, la debilidad de los ciudadanos frente a su influencia. Es un mal que afecta a nuestra sociedad y que se propala a través de cada uno de sus componentes. La limitación del conocimiento constituye un riesgo insalvable para una civilización que ha basado su fortaleza en entregar el saber a todos en la medida de sus capacidades. Y esa, que fue una de las utopías más acariciadas por la Humanidad, hoy se encuentra muy lejana.
Pese a las herramientas con que se cuenta para distribuir los mensajes, la educación vive una de sus peores crisis. En ella no incide sólo un problema de la estructura tradicional. También se detecta allí el daño que va recibiendo el ciudadano desde su infancia. La influencia nociva que significa la compañía permanente de medios que buscando audiencia, olvidan que su misión fundamental no es sólo entretener, sino esencialmente educar.
Les pido que me excusen nuevamente por volver a una digresión. A la misma que abandoné hace algunos momentos. Lo que he descrito es la realidad que tenemos que abordar quienes somos comunicadores y especialmente aquellos que, ostentando esa condición, tenemos responsabilidades en la formación de nuevos profesionales en esta área. ¿Cuál es el periodista que requiere el futuro? ¿Qué condiciones tendrá que cumplir? ¿Qué potencialidades deberá exhibir? Ninguna de estas preguntas tiene respuestas categóricas hoy. Aún es tenue la imagen que poseemos del futuro. Pero hay algunos indicios que pueden guiarnos.
Es evidente que vivimos un momento de transición. Existe un urgente reacomodo ideológico que permite licencias. Por el simple artificio de confundir modernidad con tecnología o posmodernidad con globalización o tecnociencia, somos testigos de una reubicación de piezas políticas que no reconoce barreras. Y tal realidad queda al descubierto de manera llamativa cuando se la mira bajo el tamiz político. Los conceptos de derecha e izquierda no tienen cabida en este escenario casi virtual. Utilizarlos se presenta como sinónimo de anacronismo. Como si el contenido de tales conceptos fuera algo estático que quedó sepultado bajo la polvareda que levantó la caída del muro de Berlín. Como si no obedecieran a códigos que tienen que ver con relaciones de poder, con intereses de grupos.Y en medio de esta confusión vemos que aquel humanismo laico, aquel que marcó la senda del racionalismo, pareciera haber ido quedando sin respuestas. Como si a medida que la razón iba siendo opacada por la lógica, su proyección hubiera entrado en un lento pero sostenido decaimiento.
Esta visión humanista pareciera haber sido sobrepasada por la modernidad. Como si los valores y principios que le aportaban sustrato hubieran dejado de tener validez. Y se puede apreciar con preocupación que grupos ideológicos identificados con agrupaciones políticas totalitarias o con fundamentalismos religiosos, aparecen hoy como defensores de la libertad, propulsores de la solidaridad, adalides de la amplitud y la aceptación de la diversidad.
Bienvenidos al club en que nos encontramos desde hace mucho. Ojalá ayuden a que avancemos por esos difíciles caminos. Pero el que ahora podamos contar con más adeptos, no puede ser justificación para que las banderas de los humanistas laicos permanezcan arrumbadas en desvanes.
Por el contrario, hoy es más necesario que nunca buscar alternativas. Los retos que podemos avizorar están plagados de serias amenazas. El avance de las comunicaciones y la preocupación primordial que el poder establecido les confiere, hacen sospechar un escenario nada tranquilizador. La cultura planetaria que se nos anuncia puede traer consigo el fin de la diversidad y la libertad. Crearía un mundo monocorde, bajo el dominio de una élite pequeña y poderosa.
Al humanismo le corresponde construir las barreras para que tal realidad no se estructure definitivamente. Será una labor que demandará esfuerzos en distintos campos de la actividad humana. Conjuntamente con el impulso a sistemas económicos alternativos a la economía de mercado, habrá que desarrollar mecanismos comunicacionales que aseguren equilibrio en la participación.
Parece evidente que para contar con tales herramientas habrá que buscar formas que, a través del minimalismo, puedan ser el reflejo verdadero de la sociedad. Que respondan a los intereses ciudadanos y la suma de sus versiones aporte el resultado social adecuado. Hablo de tertulias periódicas, ágoras, radios de mínima cobertura, canales de TV, revistas y diarios barriales y comunales, diarios murales. Y todos aquellos medios que permitan a la gente establecer comunicación con sus pares, sin la tutela ni la presión de los grandes medios.
Esta será una lucha contra la concentración de poder comunicacional, utilizando la fuerza que da la sumatoria de esfuerzos focalizados. Es la creación de un poder alternativo que hoy recién se insinúa, pero que tendrá que asumir un papel preponderante en un futuro cercano.
Es posible que la aparición de medios de alcance menor, de escenarios en que el público recuperará la posibilidad de entregar su mensaje cara a cara, permitan reencontrar identidades que hoy están extraviadas. Será un paso significativo hacia la recuperación de fortalezas que hagan posible compensar en parte, al menos, el poder apabullante de los medios.
En esta historia que comienza a escribirse, el humanismo tendrá que cumplir una tarea relevante. Será el constructor de barreras, pero también tendrá que preocuparse de hacer de puente que posibilite el paso de mensajes que lleven hacia un futuro mejor.Tal vez, la disyuntiva en que nos encontramos esté anunciando un punto de partida. Que empuje un nuevo paradigma que el poder y las estructuras del sistema se niegan a aceptar. Pero el proceso puede resultar irresistible, toda vez que la propia ciencia va dejando sin sustento la otrora poderosa mirada determinista. En la misma medida, la actitud conservadora de las instituciones políticas y religiosas tendrá que ir evolucionando. La Iglesia Católica ya no cuenta con siglos para esperar la autocrítica con que exculpó al sacrificado Galileo.
Pero por sobre todo, algo está claro: de la forma en que podamos superar esta disyuntiva dependerá, en gran medida, la fortaleza de la comunidad y su capacidad para labrar un futuro más humano. Este es el compromiso que asume el humanismo en la coyuntura presente. Un compromiso que lo mantiene actual, porque está firmemente asentado en valores que la posmodernidad no ha superado y que, por el contrario, necesita con urgencia.
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No sé cómo será el periodista del futuro. Pero sí tengo certeza acerca de cuál es el compromiso que la Universidad La República asume para formarlo.Nuestra responsabilidad es aportar a la creación de seres humanos integrales. Hombres y mujeres que reconozcan, primero, profundamente, su humanidad, y desde allí manejen, como una herramienta, su especialización. En esto no vale solamente la carga valórica que la Universidad asegura a sus estudiantes. También hay que reconocer las potencialidades y, muy especialmente, la sensibilidad de nuestros educandos.
No podemos ignorar que el periodista es una especie de artesano. Un individuo a quien la sensibilidad lo empuja hacia el arte. Hacia una mirada en que la intuición y la creatividad entregan un aporte fundamental en la comprensión de la realidad. Quienes aspiran a llegar a ser periodistas, generalmente portan tales signos distintivos. Ese material humano es el que tenemos que cuidar, pulir y estimular. Entregarle los elementos que lo moldeen como un profesional de excelencia, pero sin que ello signifique deteriorar las especificidades más finas que lo llevaron a optar por el periodismo. Aquella entrega a lo sublime del arte, o la sensibilidad que lo impulsa a hacer suyos los problemas de sus semejantes.
Debemos dotar a nuestros profesionales de conocimientos que les permitan enfrentar los nuevos desafíos que traerán consigo las tecnologías que aparecerán en el porvenir. Y eso significa un fuerte bagaje técnico y un depurado basamento cultural que facilite la utilización de esas herramientas, con responsabilidad, sentido crítico, compromiso con el interés general, respeto por la libertad y un definido y fuerte sentido solidario.
El periodista que sale de nuestras aulas es un profesional capaz de insertarse profunda y eficientemente en el mercado laboral. Pero sin olvidar que su función involucra un compromiso valórico que lo ata al devenir social a través de la defensa del paradigma democrático. Es lo que le entrega como legado valórico la Universidad La República.
Se trata de un compromiso no menor. En él está involucrada la responsabilidad docente. Aquella que nos ha llevado a diseminar el conocimiento y darle fortaleza a esta civilización que integran miles de millones de seres humanos. Y es un compromiso de un inmenso contenido humanista, porque rescata al ser humano y lo posiciona sólidamente en el centro de una época convulsionada. Una época que tendrá un futuro promisorio sólo si hombres y mujeres recuperan el papel protagónico, comprometiéndose con sus semejantes y con el entorno.
Bibliografía:
Illya Prigogine. "El fin de las certidumbres". Editorial Andrés Bello.
John Ralston Saul. "Lo bastardos de Voltaire". Editorial Andrés Bello.
Giovanni Sartori. "Homo videns. La sociedad teledirigida". Editorial Taurus.
Umberto Eco. "Cinco escritos morales". Editorial Lumen.
Michael J. Behe. "La caja negra de Darwin". Editorial Andrés Bello.
Rupert Sheldrake. "Una nueva ciencia de la vida". Editorial Kairós.

1 Comments:

At 9:18 a. m., Anonymous Anónimo said...

hola! ya que te guta enviar datos filosoficos me gustaria que enviara a mi correo algo sobre la filosofia posmoderrna y sus representantes.. gracias att:sergiomsnet@hotmail.com

 

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