viernes, abril 01, 2005

Investigación / Nicolás Maquiavelo (3)

SU CONCEPCIÓN DEL HOMBRE Y DE LA SOCIEDAD

Maquiavelo pretendió ser realista, escribió sobre su propia experiencia, de manera empírica, alimentada por las experiencias del pasado, fundamentales para entender como se logra la gloria, como se forjan los hombres virtuosos. En ese realismo buscó sentar solidamente sus aspiraciones, estas últimas, no pueden sostenerse solamente en ideales o en idealizaciones de cómo debería ser el hombre, sino de cómo es realmente. En cierta forma esencializa rasgos de los hombres que considera vigentes para todas las épocas.

Ese realismo, distorsionado por sus propios prejuicios y las concepciones de su época, tenía una pesimista y fatalista consideración de los hombres. Para él la vida social está regida por las pasiones de los hombres, pasiones de poder, dominio y riqueza, la búsqueda del provecho propio. La naturaleza humana se halla movida por pasiones inconfesables, por una doble moral permanente y oculta.

Los hombres –escribe I. Berlín- deben ser estudiados en su comportamiento así como en su profesión. No hay ruta a priori para conocer el material humano con el que un gobernante debe tratar. Hay sin duda una incambiable naturaleza humana cuyo campo de respuestas a situaciones cambiantes puede ser determinado. Uno puede obtener este conocimiento solo mediante la observación empírica. Los hombres no son como los describen quienes lo idealizan
–cristianos u otros utopistas- ni por aquellos que los quieren muy diferentes de lo que de hecho son y siempre han sido y no pueden evitar ser. Los hombres en su mayor parte le parecen “ingratos, lascivos, falsos y disimulados, cobardes y codiciosos... arrogantes y ruines, su impulso natural es ser insolentes cuando sus negocios prosperan y abyectamente serviles cuando la adversidad los golpea: les importa poco la libertad... y la colocan bien debajo de la seguridad, la propiedad, o el deseo de venganza”[1].
Así pues como diría Touchard, citando a Bacon: “Hay que agradecer a Maquiavelo y a los escritores de este género el que digan abiertamente y sin disimulo lo que los hombres acostumbran a hacer, no lo que deben hacer”[2].
Para Maquiavelo la vida social está pues regida por el carácter antagónico de quienes la conforman, entre los que tienen y los que no tienen, entre los que quieren y los que pueden. La naturaleza humana se halla movida por esas pasiones inconfesables, idea esta que será precursora de las reflexiones de Marx, Nietzche y Freud, pues no se contenta con las apariencias, quiere indagar más allá de lo evidente o de lo “ideal” o conciente.

Pero a la vez que pretende ser realista, termina siendo fatalista. Esto porque si bien es cierto pretende sustentar racionalmente sus reflexiones y nos da en ese sentido algunas gruesas líneas de lo que considera “leyes” del proceso histórico (por ello decimos que tiene una filosofía de la historia) ignora realmente las realidades sociales e históricas, por eso, para él la política termina basándose en una visión esencialista de la naturaleza humana, una concepción por demás pesimista. La política y la acción humana se reducen a ser el juego de voluntades, pasiones e inteligencias individuales[3]. Aunque Gramsci –en sus “Notas sobre Maquiavelo”- considera que intenta dar los elementos de la acción colectiva. Pero para otros autores, no tiene siempre el sentido de las fuerzas colectivas y de su lenta acción.

Por ello, desemboca en una visión fatalista ya que llega a la conclusión –a pesar de todo- de que “los hombres pueden secundar a la fortuna, pero no oponerse a sus decretos” que son impenetrables, pues se hallan escondidos en esa suma de doble moral que hemos mencionado. Si bien el hombre no es totalmente impotente en un mundo determinado, de antemano su pesimismo sobre el hombre termina restringiendo su campo de exploración y por tanto se ve incapacitado de profundizar más en la lógica y la racionalidad de lo social e histórico.

El gobierno sólo se reduce en el medio para contener a los súbditos y la política a la técnica para conseguirlo: esta es la percepción que tienen varios autores sobre la obra Maquiaveliana. Termina condenando a la razón a trabajar en el plano de la técnica política que la explicación histórica. Esta percepción está sobre todo planteada por Touchard.
Berlin en cambio nos dice que en realidad Maquiavelo tiene más pretensiones que la búsqueda del poder por el poder. No es un neutro y aséptico analista político, no es ningún amoral, más bien pone por delante su apuesta al surgimiento de una gloriosa Roma constituida bajo sólidos principios cívicos, gobernado por buenos y a la vez decididos gobernantes que hagan prevalecer ante todo esa gloria, en búsqueda del bien común. Gramsci dirá que la obra de Maquiavelo y especialmente su libro El Príncipe son obras vivientes, que se muestran en forma de mitos en los que el Condottiero representa de una forma plástica y antropomórfica el símbolo de la “voluntad política” que tiene un determinado fin político, dando una forma más concreta a las pasiones políticas. Es una creación de la “Fantasía Concreta” que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado por suscitar y organizar una voluntad colectiva y no una doctrina y una explicación racionalista, tal vez por ello su énfasis en las pasiones humanas[4].

[1] Ibid. P 101
[2] Touchard, Jean. Historia de las ideas políticas
[3]Ibid. p.
[4] Ver Gramsci, Antonio. Notas Sobre Maquiavelo, Sobre la Política y el Estado moderno.
Lautaro. Buenos Aires. 1912

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