sábado, julio 30, 2005

Investigación / Nicolás Maqiavelo (5)

MAQUIAVELO Y LOS MECANISMOS DEL PODER

La envergadura y la influencia del pensamiento de Nicolás Maquiavelo en la historia de las ideas políticas es un hecho incontrastable. Apenas ha habido pensador o actor directo en los movimientos políticos de los cuatro últimos siglos de la historia occidental que no haya tenido a "El Príncipe" como libro de cabecera.
¿Qué perseguía Maquiavelo en esas páginas en que se proclaman las verdades más duras 'a ritmo de galope', como decía Nietzsche? ¿Moralizar? ¿Confeccionar un manual práctico para los tiranos? ¿Dar elementos para una política realista en contraste con la anarquía de la 'profecía desarmada" de Savonarola? ¿O simplemente hacer una refinada ironía sobre la tiranía?
El mismo responde: "Mi intención única ha sido la de escribir cosas útiles y prácticas, para los que sean capaces de comprenderlas, y que tengan por más conducente portarse con arreglo a las verdades de hecho que con arreglo a los bellos planes que sólo en la imaginación existen. He querido más hablar sobre lo que realmente es, que discurrir sobre lo que debería ser, sin tomar en consideración el virtuoso concurso de todos los ciudadanos al bien general".
Atenerse a lo que es, y no a lo que debería ser. Pero lo que es, la realidad, implica en quien habla una interpretación del mundo. Vamos a tratar entonces de esa interpretación que está a la base de "El Príncipe" y posibilita su objetivo inmediato: la descripción de la mecánica del poder. La exposición de esa mecánica, de esa psicología con que los hombres de poder manejan cálculo y orgullo, astucia y fuerza en el logro de sus fines, tiene un doble filo: la de enseñar al tirano a ser tirano, pero también la de desvelar ante el pueblo los fines ocultos del tirano. O, como dice Maquiavelo, "le enseñe al príncipe a ser tirano, pero también al pueblo "come psergnerli", como ahuyentarlo".
La visión del hombre de que se nutre "El Príncipe" es la del Renacimiento. Por un lado el desencantamiento del mundo con que los hombres del Renacimiento reaccionaron ante el medioevo y la escolástica los llevó a un retorno a los orígenes, a una vuelta a las culturas del "agere et pati fortiter". De antemano Maquiavelo antepuso el crudo realismo de Hobbes al romanticismo que vendría con Rousseau. Vio al hombre como un ser emotivo y fácilmente domeñable por la sociedad, y de ningún modo un ser racional y libre.
De moral hedónica y utilitaria, eminentemente formalista, el hombre de Maquiavelo responde a la acción mediante un cálculo de utilidad. En la balanza moral se pesan, no la finalidad a que tiende la acción, sino las cantidades aprovechables de dicha y dolor. Hay una maldad fundamental en el corazón humano. "Ingratos -dice-, volubles, huidores de peligros y ansiosos de ganancias, los hombres no hacen el bien más que arrastrados por la necesidad, y se hallan de continuo dispuestos a faltar a su palabra, saber fingir y disimular oportunamente".
Vio en la naturaleza de los pueblos una variabilidad innata. Descubrió la facilidad con que el pueblo puede ser persuadido, y al mismo tiempo, la dificultad para mantenerlo en la persuasión. En esta sugestibilidad y sensibilidad, en su falta de poder raciocinante, vio la facilidad con que se le podía inducir a creer en la posesión de un poder ilusorio. "Los hombres son tan simples que el que quiera engañarlos encontrará incautos sin esfuerzo alguno". "El vulgo es siempre llevado por la apariencia y seducido por el éxito y, en el mundo no hay más que vulgo".
Como hombre que bebió en las fuentes de Jenofonte, Macrobio, Plutarco, Tácito, Tito Livio, Séneca, Cicerón y los grandes clásicos, el secretario florentino propendió por una filosofía de la guerra que, bajo una "ragión di Stato" egoísta, amoral y sin titubeos, permitiera arrojar al extranjero de Italia y restaurara la independencia italiana.
Contrapuso la salud y la fortaleza de los pueblos germanos a la "corrutela latina", de la que era máximo exponente el papado romano y sus "empresarios de muerte". En efecto, la iglesia se había apoderado, ya en el siglo XV, de gran parte de Italia. Sin embargo, no había sido lo suficientemente fuerte para apoderarse del resto, ni tan débil como para llamar a los franceses contra los nacionales.
La ética guerrera de Maquiavelo se nutría del concepto de "virtus" y "patria" romanos. La virtud era una entidad moral muda de significado como tal. Tampoco significaba nada como sentimiento moral. La virtud -tal como la recogería más tarde Stendhal en sus "crónicas italianas" del Renacimiento-, es fuerza y energía empleadas con lógica inflexible, sin escrúpulos, para obtener fines de poder.
¿Qué podría significar frente a ello el "deseo de paz", sino el deseo de muerte, de inacción, de abulia civil y política? Al igual que lo vería más tarde Hegel, era éste el destino que aguardaba a los pueblos en su ocaso, en el decaimiento de sus instituciones. Percibió Maquiavelo la consecuencia lógica que había entre virtud cristiana, reposo, ociosidad, desorden y ruina. Las artes y la ciencia venían después de las armas, los capitanes precedían a los escritores y filósofos. La virtud guerrera se corrompía en la pereza honesta y salía del cultivo de las letras.
Los hombres del Renacimiento veían la muerte "en la cama" como algo esquelético y sombrío, mientras que en la guerra se trataba de "la poesía de un bello morir". Más tarde, Max Weber vería también una tensión insoluble entre la ética guerrera (inclusive bajo el ropaje de la racionalización del Estado moderno, que quitaría movilidad al "príncipe") y la "ética fraterna" propia de las negaciones religiosas del mundo.
La "virtus" estaba al servicio de la patria. Y es curioso que esta idea estuviera tan afianzada en momentos en que todavía no habían surgido los estados nacionales. Quienes sacaban provecho de ello eran los principados. El poder del príncipe se sustentaba con el ideal colectivista, absolutista y centrado de sus súbditos. De ahí que la antítesis fundamental que debe resolverse en política, para Maquiavelo, es la del pueblo frente a sus dirigentes (nobleza, clero y príncipe), y forma parte de la astucia del príncipe la resolución de esa antítesis en amor a la patria y, por tanto, en competencia frente a las otras patrias.
Y éste es el meollo al que vuelve una y otra vez Maquiavelo: El Estado se sustenta en la autoridad y tiene como contradictor directo el surgimiento de la individualidad. En tanto se afirme la individualidad libre de coacciones, el Estado se dispersará en la anarquía, siendo ésta, no sinónimo de caos, sino de relaciones humanas sin la mediación de la fuerza. La esencia del poder exige, por el contrario, tratar a los súbditos como prisioneros.
Por las buenas o no, el Estado necesita de la dominación serena del bien sobre el mal, del orden sobre el desorden, mientras él se preserva a sí mismo. El poder no tolera autonomías.
Maquiavelo habla de la necesidad de encarnar el poder en el jefe único. Un legislador hábil es aquel que emplea toda su industria para concentrar el poder en sus manos. No importa que sea necesario apelar a medios extraordinarios. De una cosa puede estar seguro, cuando se le acuse, sólo lo salvarán los resultados. Si el crimen es útil a veces, la virtud puede ser dañosa a menudo. ¿Cuál es la tarea del Príncipe? Saber exteriorizarla, aparentarla, nada más. El Príncipe, sobre todo si es nuevo, no puede darse el lujo de ejercitar impunemente todas las virtudes. Y es porque la conservación del poder le exigirá violar las leyes de humanidad, caridad y rectitud frecuentemente.
Conservación y afianzamiento del poder, he aquí los criterios últimos. Pero el poder sólo puede afirmarse cuando descansa en sí mismo, no en otros. Si contar con el amor del pueblo es bueno y recomendable para el Príncipe, mucho más seguro es que cuente con su temor. Los sentimientos son lazos frágiles, basta un cambio de circunstancias para modificarlos. Contar con el temor de los súbditos, temor a ser castigados por cierto, es el medio más firme de mantener la credibilidad y la docilidad de un pueblo.
Y como uno de los mecanismos privilegiados de mantener la creencia en el poder y su legitimidad, no podía faltar la religión. El pragmatismo maquiavélico, al igual que lo había hecho Descartes antes, necesita que las verdades de fe se mantengan encerradas en el arca sagrada. Con ello el hombre político, guiado por la razón, se emancipa del mundo sobrehumano por la vía del silencio, de la abstención.
Si por una parte la religión es necesaria al Estado ("Jamás hubo Estado alguno que no diera por fundamento de sí la religión", dirá), su utilidad es la de ser instrumento de domesticación del pueblo. "Un poco de cielo y otro poco de papa", afirma, son necesario, pero como energía espiritual que contenga al pueblo en la obediencia y observancia de la ley. Para el Estado el orden de lo religioso no interesa sino en general, y como sostén del poder, como conservador del orden de la vida pública.
Pero aún así, la religión forma parte de los métodos preventivos de conservación del poder. El método privilegiado fue y seguirá siendo la fuerza, la coacción física. "No hay poder sin violencia", dice. Y tan es así que prácticamente toda definición moderna de Estado se basa en esto: el derecho constitucionalmente legitimado del uso de la fuerza. ¿Contra qué? Contra las conjuraciones internas y los enemigos externos, dice Maquiavelo.
Maquiavelo va a la raíz del mal cuando afirma que frente a toda conjuración es necesario precaverse ganándose el apoyo popular, evitando ser odiado, y desplazando el odio y la insatisfacción de los propios conjurados.
Y frente a la amenaza exterior se hace necesario no sólo la disposición de buenas tropas, un ejército popular y no mercenario, sino una red de alianzas lo suficientemente segura como para que en caso de necesitar ayuda no se termine siendo ocupado por el aliado externo.
Respecto a la psicología económica que está subyacente a "El Príncipe", no podría sino estar en consonancia con su pragmatismo en política. Forma parte de las tareas del poder dirigir la seguridad pública, la protección de la agricultura, el comercio y demás actividades económicas propias de la época en que el autor de "El Príncipe" vivía, que son las del inicio del capitalismo mercantil. Para el poder sólo interesa la productividad de los súbditos. El ocio no podría ser ocasión sino de desorden, de corrupción del pueblo. Pero aquí, como en política, sólo son valorados los resultados de la productividad: la riqueza. Con Hobbes, la fórmula de Maquiavelo es "No es rico el hombre que es sabio, como decían los estoicos, sino que es sabio el que es rico".
Por último, unas palabras sobre la relación que deriva de "El Príncipe" entre política y moral. Maquiavelo es el primero que planteó una relación de estricta causalidad entre fines y medios en política. Quien quiere los fines debe querer los medios. El fin de la política es el poder. Podrá ese fin estar o no en relación a una "causa" determinada: el bien general, la protección de los súbditos, la salvación de la patria, la conquista, la hegemonía de una raza, etc. Todos estos y muchos otros fines pueden estar presentes o no, pueden ser perseguidos real o ficticiamente, y revelan, en el fondo, un problema insoluble: la imposibilidad de un consenso sobre los valores últimos que sustentan el ejercicio de la política. Pero, sin embargo, no impiden que lo político funcione como una esfera autónoma, donde el poder es un fin en sí mismo. Y el problema central es cómo alcanzarlo y preservarlo. Las consecuencias psicológicas para quien lo posee podrán variar, pero no distan mucho de la misma fruición que produce el poder disponer sobre medios materiales y personas dominadas.
El problema ética reside en el "demonismo" de los medios, dicho en otras palabras, en el hecho de que el poder está sustentado en la violencia. Para Maquiavelo la violencia se acepta e integra desde el inicio en su ética guerrera. Tanto la justicia como la libertad no son valorables sino con base en sus resultados provechosos o dañinos para un ideal absolutista y colectivo, en el que nadie resista al soberano. La libertad, tal como la concibe, sólo puede realizarse por medio de la sociedad civil, en la más estricta solidaridad con el ideal de patria. Así, el poder público no comete nunca como tribunal inapelable que es. En esto Maquiavelo es explícito: "La defensa de la patria siempre es buena, cualesquiera que sean los medios que se emplean. Cuando se trata de la salud de la patria, no se debe detener nadie por consideración alguna de equidad o de injusticia, de humanidad o de crueldad, de oprobio o de gloria, porque el punto esencial, que conviene se sobreponga a todos los demás, es asegurar su libertad y su salvación".
Vale decir, que la única moral posible en política, todo lo matizada que se quiera por la persuasión y las reglas de juego vigentes entre los diferentes estamentos sociales, es la dominación del príncipe sobre el pueblo, el sojuzgamiento del Estado sobre el individuo. Y así, como se señaló al principio, mostrando Maquiavelo que la prisión política se asienta sobre la perpetua lucha entre el pueblo y sus dirigentes, vino a entregar las llaves para abrirla.

1 Comments:

At 8:02 p. m., Blogger Roberto Iza Valdés said...

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